“Me porté terrible en vacaciones. Vengo a que me castigue”.

Odio que me lleguen clientes así después de las vacaciones de fin de año, especialmente cuando las extienden hasta el final de las fiestas de Palmares.

Lo odio porque, en primer lugar, yo no soy su mamá como para tener que castigarlos; y, en segundo lugar, porque, si para estas personas hacer ejercicio es un castigo, están empezando un plan de actividad física destinado a acabar en el basurero en un par de semanas.

Hacer ejercicio no debe verse como la tarea que le mandan de la escuela (o del doctor), ni como el castigo por “portarse mal” (entiéndase comer y beber como si se acabara el mundo). ¡Mucho menos la varita mágica para restaurar todo lo que se perdió por un descuido de semanas, meses o años!

Incorporar la actividad física a la rutina de vida  debe ser algo que uno desea hacer porque disfruta de los beneficios que su realización acarrea.

El problema es que, después de unas vacaciones del ejercicio, uno olvida lo bien que se sentía cuando lo realizaba y, al retomarlo, solo piensa en la madrugada que esto implica o en el cansancio que sentirá post oficia y que le impedirá mover un dedo que no sea el pulgar sobre el control remoto.

Les juro que valdrá la pena el esfuerzo, pero, si en este momento sienten esa aberración por la actividad física, les recomiendo no empezar el plan con los tacos de frente, sino, con pasitos de bebé.

Pensar en levantarse de 30 a 60 minutos más temprano que la madrugada que ya de por sí implica volver al trabajo puede verse realmente como un castigo para alguien que lleva semanas levantándose horas después de ese momento, sin ayuda si quiera de un despertador.

Mejor pensemos en algo más realista como 15 minutos en la mañana y otros 15 después del trabajo. Eso no suena tan terrible, ¿verdad? ¡Son apenas 15 minutos! No es ni si quiera un programa completo de una serie corta de televisión.

No es que quiero que sean mediocres y conformistas; quiero que no sientan que hacer ejercicio es una tortura, ni algo imposible.

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“Voy a hacer ejercicio todos los días”

También están los súper optimistas, que llevan años sin hacer ejercicio ni tres veces por semana pero se ponen de meta empezar a hacer ejercicio todos los días.

Si lleva rato sin correr —o si nunca lo ha hecho del todo—, no sea crea Forrest Gump, que fue capaz de empezar a correr un día y terminar años después. Mejor empiece caminando y alternando algunos minutos de trote en medio de la caminata y vaya incrementando esos intervalos hasta que sea capaz de completar toda la sesión trotando.

Aplaudo el entusiasmo pero, por experiencia, pocos cumplen esa meta porque completar niveles destacables de entrenamiento en tiempo, intensidad y frecuencia (veces por semana) es algo que toma tiempo y que requiere una buena dosis de disciplina, y no solo buena intención.

“Antes yo podía…”. Eso fue antes. Acéptelo,  recomiendan en WebMd. Partan de su capacidad actual, conquisten la capacidad que tenían y avancen aún más.

Si llevan tiempo sin hacer ejercicio y quieren retomar la actividad física, les aconsejo tomar todo ese entusiasmo y canalizarlo en alcanzar metas realistas, como ejercitarse al menos 30 minutos de día de por medio.

De nuevo, no es ser conformista, sino, empezar a caminar con pasitos de bebé hacia metas próximas que le permitan avanzar hacia esa meta mayúscula que quiere alcanzar eventualmente. Esa satisfacción de meta cumplida será el combustible que los seguirá impulsando hacia adelante y que podrá llevarlos a cumplir el propósito que ahora anhelan.

También pueden  reclutar a alguien o pedirle a alguien que ya tiene le hábito del ejercicio que los reclute para que sea más tangible el compromiso y más difícil quedarle mal y complementar toda la actividad física con un plan de alimentación adecuado.

Así, hacer ejercicio no será un castigo, ni un imposible, sino, algo que desean hacer.

Tenis a la obra.

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