¿Uds han visto la escena de Forrest Gump caminando mientras Elvis Presley toca la guitarra?

Maomeno así me sentí el día que el doctor Kobayashi me dijo “ahora camine sin las muletas”.
Curiosamente, desde el día la cirugía hasta ese momento (cuatro semanas después) no había sentido dolor. Ese día, sin embargo, la cadera me dolía. Para que no me doliera estando de pie, instintivamente ponía una de las dos piernas en puntilla y la otra semiflexionada. 

“Camine sin las muletas… Really?

Lo vi con cara de #porquémeodias pero su instrucción no cambió. Es más, añadió: “y párese bien, erguida, las piernas rectas, normal”.

— Pero… me duele…

— ¿Alguna vez le pasó que fue al gimnasio después de mucho tiempo y, mientras hacía ejercicio, todo bien pero, al día siguiente, estaba toda arratonada y le dolía hasta cepillarse el pelo? 

Asentí con la cabeza. Sabía exactamente lo que me decía: se refería al reclutamiento neuromuscular, “la fábrica corporal”, sobre la que hemos conversado en otros posts.

— Justo eso es lo que le está pasando.

Cuando hacemos ejercicio, nuestras fibras musculares sufren mini desgarros que, al repararse, logran el aumento de fuerza o tamaño que buscamos con el entrenamiento. 

También los nervios que van a esas fibras se (re)activan. A eso se refiere la memoria muscular que, si ahora nos permite andar en bicicleta “en cada muerte de obispo”, es porque en la niñez lo hicimos tan frecuentemente que se volvió un movimiento tan mecánico y automático como caminar.

En mi caso, un mes no es tanto como para olvidarse cómo caminar pero sí lo suficiente como para que ahorita se sienta “raro”.

“Eso es normal. Se le va a ir quitando con el uso de la articulación”, me dijo el ortopedista luego de revisarla con detenimiento, y confirmar que todo estaba en orden y que lo que estaba pasando era que le faltaba más movimiento.

¡Y eso que me había mantenido activa durante este mes! Lo que pasa es que, muchas veces anduve rodada en silla de ruedas en vez de caminar con muletas. Quizás si siempre hubiera “muleteado”, dar el paso a caminar hubiera sido menos “raro”. Pero bueno, todo bien.

Estudios han visto que la memoria muscular dura un máximo de 72 horas. O sea, que idealmente, es recomendable repetir el movimiento en intervalos menores a esos tres días, si queremos que nuestro “cerebro se lo enseñe de memoria” al músculo. Esto calza perfecto con la recomendación de estimular el músculo cada 48 horas para lograr las adaptaciones que estamos deseando.

Así que ese mismo día devolvimos la silla, guardamos las muletas y empezamos a volver a caminar, como si nada hubiera pasado. 

Y el doc tenía razón: cada día se siente menos raro. Me imagino a mis fibras musculares de las piernas diciendo “¡aaaaah, sí, es cierto! Así era esto…”. De hecho, ayer bajé las gradas corriendito y ni me di cuenta hasta que estaba abajo. Compas, y esto último se los cuento como advertencia, no, como consejo. 

Mañana ya empezamos fisioterapia y estoy ansiosa por ver qué nuevos ejercicios se suman a la rutina. Así que atentos al próximo post.

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