Es importante que, si se entrena en exteriores, el volumen de la música no impida escuchar pitos u otras indicaciones de tránsito, para evitar accidentes

¿Se ha percatado de cómo, al escuchar algunas canciones, instintivamente empieza a mover la cabeza, el pie o el dedo de la mano?

Esto es porque la música incrementa la actividad eléctrica en varias regiones del cerebro encargadas de coordinar los movimientos.

“Hay una predisposición innata en el ser humano a sincronizar sus movimientos con el ritmo de la música que escucha”, explica el especialista en medicina deportiva Javier Yanguas.

Y si esa sincronía se utiliza a la hora de realizar ejercicio, se aprovecha la energía más eficazmente porque el cuerpo no necesita hacer muchos ajustes para coordinar los movimientos que realiza, afirman en la revista Scientific American.

Prueba de ello es un estudio realizado en el 2002 que demostró que quienes pedalearon al ritmo de determinada música necesitaron 7% menos oxígeno para realizar el mismo trabajo que los ciclistas que hicieron la prueba a capella.

Además, tener una música constante de base mientras se ejercita logra que todos los movimientos se realicen a un mismo ritmo, y se mantengan a esa velocidad deseada durante el tiempo determinado por la duración de la pieza.

¿Y eso de qué me sirve? Para ejercitarse equis cantidad de tiempo en su zona de entrenamiento y no salirse de ella, por ejemplo.

Menos cansancio

Pero los beneficios de escuchar música no terminan ahí.

Diversos estudios han demostrado que, al escuchar música, las personas corren, pedalean y nadan por más tiempo, e incluso, a mayor velocidad.

¿Por qué?

La distracción que esta ocasiona. Y no solo la que nos distrae de la negatividad interna que dice “qué pereza, qué aburrido”, sino también de la que dice “qué cansado”.

El cuerpo siempre se está monitoreando así mismo, explican en Scientific American. Después de cierto tiempo de ejercitarse —la cantidad varía de persona a persona—, la fatiga física comienza a percibirse: mayor cantidad de sudor, de frecuencia cardiaca y de ácido láctico en los músculos.

Si el cerebro detecta esas señales fisiológicas, su respuesta natural será detenerse para estabilizar al cuerpo.  

Pero si escucha música, la mente dirá “una cosa a la vez: o escucho la canción o me pongo a arreglar el cuerpo”, porque, según las teorías de la percepción selectiva y de la atención focalizada, el sistema nervioso puede atender únicamente a un estímulo a la vez, explica Yanguas.

De ahí que el fisioterapeuta deportivo Costas Karageorghis haya descrito a la música como “un tipo de droga legal para mejorar el rendimiento”, al estudiar sus efectos ergogénicos y psicológicos en el deporte.

Pero, a pesar de su capacidad distractora, todos tenemos un umbral del dolor establecido como soportable.

Así, la música logrará distraernos del cansancio cuando estemos haciendo una actividad física de baja o moderada intensidad, tal y como sucede cuando un niño llora por una pequeña caída y se distrae con un chilindrín de esa molestia.

Ahora, si el niño se quebró una pierna, el chilindrín no logrará mayor distracción, como tampoco lo logrará la música si experimentamos fatiga después de una jornada de ejercicio extenuante.

Además, sus efectos dependerán también del tipo de música: no logrará lo mismo una rápida, que una más lenta; una rítmica, que una sin ritmo; una conocida, que una que jamás hayamos escuchado.

Pero sobre esto conversaremos la próxima semana, a la misma hora y en el mismo canal.

 

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