“Bailar es mi mejor plan de ejercicio”. No lo dijo una bailarina; lo dijo una campeona mundial del tenis: Serena Williams.

Siempre había contemplado la danza exclusivamente como un arte. Sí, la mayoría de los bailarines son delgados –muchos de ellos fit—. No obstante, aquí entre nos, lo atribuía al prejuicio de la genética o, incluso, a una falta de alimentación saludable.

Nunca había hecho el conecte mental de que la danza es ejercicio aeróbico y de fortalecimiento muscular. Simplemente, lo veía como un movimiento hermoso, para el que había que entrenar, sí; pero al que no consideraba como una posibilidad de entrenamiento.

“¿Usted ha visto cómo la mayoría de los bailarines tienen un cuerpo fit?”, preguntó  Melania Fernández, profesora de jazz y directora de Andamio Escuela de Movimiento. “No es sólo porque hacen 500 abdominales y pegan 800 saltos al día; es porque cada movimiento se lleva al máximo: se salta lo más alto que se pueda, se estira la pierna lo más que se pueda, se tensa la nalga lo más que se pueda. Así, en cada sesión se trabaja el cuerpo al máximo de sus capacidades”.

Este es el tipo de cosas que en los últimos años he aprendido sobre la danza, hablando con Fernández, quien es bailarina profesional, y con la baletista María Solera, quien, además de bailar, imparte clases de ballet clásico y de ballet fitness.

De cara a este Día Internacional de la Danza, que se celebra anualmente cada 29 de abril, quise experimentar en carne propia la danza como ejercicio, asistiendo a clases de jazz y de ballet para principiantes. Esta es una crónica de lo vivido.

Día 1 – Ballet

Entrar al salón y verlo lleno de barras y personas que no estaban en su primera clase, como yo, fue una barra mental por superar. Pero una vez colocada, desde el inicio hasta el final de la clase, fueron mis glúteos, principalmente, los objetivos de ese día de entrenamiento.

“Imaginen que les van a poner una inyección en cada nalga”, dijo María. “Una inyección antes de cada repetición de cada ejercicio”.

Y así, con los glúteos apretados entre sí hay que levantar la pierna estirada, con los dedos en punta, al compás de la música, en todas las direcciones. “No suba los hombros”. “No saque la cola”. “No agache el pecho”. “No se guinde de la barra”

Realmente la postura se trabaja todo el tiempo durante la clase y esto solo es posible teniendo los glúteos y el abdomen contraído, mientras los hombros y los brazos están relajados. Además, la mayoría de ejercicios requieren rotar las caderas, lo cual las ejercita de una manera puntual.

Sin duda alguna, la música utilizada en cada ejercicio resulta clave para facilitar las cuentas y la coordinación de cada movimiento. Así, en la clase no solo trabaja el las piernas y el core, sino también el cerebro.

¿Cuántas calorías pudo haber consumido mi cuerpo en esa sesión? El sitio Health Status calcula que unas 200 kcal. Mi experiencia me diría que fueron menos pues, al ser una clase para principiantes, tiene pausas explicativas entre los ejercicios, que, además, no se realizan con música rápida.

En cambio, un bailarín profesional, realizando los ejercicios sin pausa, a más velocidad, con más saltos y desplazamientos entre ellos fácilmente podría quemar hasta 600 calorías en una clase, calculan en Livestrong.

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Día 2 – Jazz contemporáneo

Mientras en ballet todo fue postura y colocación, la clase a la que asistí de jazz contemporáneo fue más de movimiento fluido e, incluso, improvisación.

Desde el calentamiento se sabía que estábamos en una clase de danza: no solo estábamos estirando y activando los músculos, debíamos hacerlo con gracia, al ritmo de la música. Aplaudir en cada abdominal, mover los hombros entre cada desplante, cambiar de ejercicio hasta que terminara la canción que estaba sonando…

Luego del calentamiento vinieron las diagonales. Nunca antes caminar de un lado a otro había resultado tan retador. Brazos arriba, brazos la lado, brazos abajo mientras camina, cruza, gira… Hacer jazz walks realmente es un ejercicio de coordinación.

Si además de eso uno “se la cree” y se comporta como un verdadero bailarín, haciendo el máximo esfuerzo (tensando los brazos al estirarlos, activando las pantorrillas al apuntar el pie, apretando el abdomen para erguir el torso), cada caminata se vuelve todo un ejercicio.

Finalmente, llegó el momento de la coreografía donde se aplica todo lo aprendido en la jornada: coordinación, fuerza, expresión, esfuerzo. Pero, además, por ser contemporáneo, se combinan movimientos en el suelo con otros de pie. Estar subiendo y bajando, sin duda alguna, involucra fuerza de piernas y, dependiendo del apoyo, brazos. Además, el manejo de extremidades requiere de la activación de core para no verse uno como “La Gigantona”, sino como una persona moviendo brazos y piernas con intensión.

Terminada la clase, sabía que mi ejercicio había sido el equivalente a una hora de caminata intensa, con el bonus físico de haber estado moviendo los brazos, lo cual quema calorías adicionales (tal vez unas 250 kcal, según Myfitnesspal.com), y el bonus emocional de haber disfrutado de cada minuto de ridículo público transcurrido. Porque, a fin de cuentas, no importa si uno va para la derecha y el resto para la izquierda, importa no dejar de moverse y disfrutar.

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